Educación, formación y empleo

El corazón del sistema educativo son los valores de la sociedad, que deben articularse en cada uno de los subsistemas para que puedan llegar a implementarse.

Frente a la especialización absoluta, probablemente hoy más que nunca es necesario definir un tronco básico común, adaptable de manera flexible a los cambios futuros. Cuando todo cambia tan rápido hay que moverse mucho para permanecer competitivamente en el mismo sitio. Por ello, el conocimiento de los principios básicos y la aptitud y actitud para adaptarlos creativa y productivamente es más útil que el dominio en un momento concreto de materias especializadas por importantes y urgentes que éstas parezcan, o incluso lo sean en ese momento.

El mundo de las futuras oportunidades y liderazgo económico dependerá de personas formadas ampliamente, con visión general, capaces de entender problemas complejos y siempre dispuestas a aprender cosas nuevas.

Se trata, en suma, de contribuir a formar “las nuevas personas trabajadoras del conocimiento” en un ciclo de aprendizaje que recorre diferentes etapas: destrezas básicas y educación en valores, aprender a aprender, aprender a crear conocimiento y aprender a no dejar de aprender.

En relación al empleo, se trata de un elemento fundamental sobre el que se vertebran los equilibrios sociales y la estructuración económica. La generación y consolidación de empleo de calidad debe constituirse en un objetivo transversal que impregne y oriente todas las reflexiones y líneas de acción del resto de las variables clave.

No olvidemos que los empleos de calidad se generan en y por las actividades económicas de alto valor añadido. Es evidente que son los/as profesionales que se integren en estas actividades quienes deben maximizar esta generación de valor mediante la aportación de sus capacidades, habilidades y compromisos.

A corto plazo es imprescindible tener muy bien caracterizada y analizada nuestra población desempleada (y nuestra población empleada también), para poder entender así cuales son los campos más factibles a los que dirigir su ocupación, o las carencias a resolver de cara a mejorar su empleabilidad.

Parece razonable que facilitemos que sean los propios colectivos de profesionales consolidados los que diseñen, lideren y piloten los necesarios programas de integración en el sistema productivo de estos nuevos profesionales.

Hay parámetros culturales de indudable impacto en la capacidad de generar valor de nuestras personas profesionales. No debiéramos olvidarlos: capacidad de esfuerzo, compromiso, implicación, ética… Debemos centrar nuestros esfuerzos en crear profesionales que cuenten con este tipo de valores. Hablemos de Profesionalidad con mayúsculas.

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